Miedo a ser enterrado vivo.

Nov 25, 2021

Gustave Doré. La bolgia de los simoníacos (s.XIX) en Dante Alighieri. La Divina Comedia (1304) 

Tres metros bajo tierra,

Tres metros allá abajo,

Del árbol aquel,

Están los huesos de nuestro amor…

Jaime López

 

 

El poeta Dante Alighieri había contado sobre el entierro en vida, como uno de los castigos del Infierno para los fraudulentos, mentirosos y corruptos. Esta sentencia también se practicaba en la antigua Roma para los criminales. Este feroz tormento ha desatado una de las peores fobias de la humanidad.

 

Cuando el escritor Edgar Allan Poe publicó su cuento El entierro prematuro (1844) en un diario de Filadelfia, Estados Unidos, expresó sus propios miedos, aunque el horror de ser enterrado vivo era común en su época. En el cuento, un narrador anónimo, sufre de un padecimiento llamado catalepsia: una enfermedad que lo lleva con frecuencia a pérdidas de conciencia muy similares a la muerte, lo que conduce al personaje al pánico de ser enterrado vivo. La catalepsia unida a sus fantasías, visiones y obsesiones con la muerte no le dejan vivir, así que hace prometer a su familia y amistades de que no lo enterrarán antes de haber comprobado fehacientemente su óbito y se construye una complicada sepultura con un equipo instalado que le permita pedir ayuda en caso de despertarse.

 

Por cierto, que Allan Poe usaba el opio como calmante para sus ataques de melancolía que hoy podrían considerarse depresión y eso le provocaba trastornos cardíacos con sensación de ahogo. Las personas de aquella época usaban sustancias diversas, sin control médico y sin conocimientos de los efectos secundarios que les provocaban baja presión arterial, desmayos o estados catatónicos, es decir, una parálisis corporal, inconsciencia mental y cansancio extremo. En nuestros días hay personas que sufren esta condición al recibir una fuerte impresión.

 

El problema eran los recursos médicos ineficaces para declarar la muerte de las personas, había tanta confusión que hubo quienes revivían durante el embalsamamiento o en disecciones para estudios médicos. Hubo fallecidos que se levantaban del ataúd en sus funerales. Las exhumaciones realizadas por diversas razones probaron que una gran cantidad de personas fueron enterradas y poco después recobraron la conciencia dentro del sepulcro y murieron por asfixia, en el encierro y la desesperación. Estos sucesos aparecieron con frecuencia en los periódicos locales.

 

Se le llama tapofobia (del griego tapho: tumba y de phobos: fobia) al miedo irracional y persistente a ser enterrado en vida, ha sido algo que se convirtió en una obsesión de la humanidad y con razón: se sabía de cientos de casos en los cuales pacientes en estado de coma o en estado inconsciente por diversas causas, eran declarados muertos prematuramente y por lo tanto se efectuaba su funeral.

 

Muchas personas dejaron en sus testamentos su voluntad en caso de sufrir un entierro prematuro, como Frédéric Chopin que pidió que su corazón fuera cortado antes de ser enterrado. George Washington imploró que lo dejarán acostado tres días después de morir hasta comprobar que estaba realmente muerto. El escritor Hans Christian Andersen y Alfred Nobel, solicitaron que sus arterias fueran cortadas antes de su sepelio.

 

Recordemos que, en los tiempos antiguos, las tumbas eran superficiales y se encontraban los jardines familiares, dentro de las iglesias y los atrios eran usados como cementerios. La premura del enterramiento era necesaria por la propagación de las epidemias y desde la gran peste de 1665 en Europa se comenzó a sepultar a las personas a dos o tres metros bajo tierra para detener las plagas y se prohibía abrir el sepulcro hasta un año de realizarse el entierro. También para evitar el robo de cadáveres para autopsias clandestinas.

 

Pronto se comenzaron a difundir ideas que pretendían evitar esta terrible situación. Un método simple fue dejar algunas herramientas y palas dentro del ataúd así cuando despertaba el supuesto fallecido podría salir de su tumba. El uso de un tubo conectado de la tumba al exterior para proveer de oxígeno al “revivido”. Las familias adineradas contrataban sirvientes que aguardaban en el exterior, cerca de los tubos para escuchar en caso de la persona enterrada pidiera ayuda. Aunque hubo otras familias que preferían mantener a su fallecido asegurado en ese estado y colocaron unas cápsulas de gas venenoso dentro del ataúd para activarse en caso del movimiento del cuerpo.

 

Un invento muy conocido fue el Dispositivo Revividor del Sr. Bateson y consistía en colocar una campana de metal en la superficie de la tumba justo arriba de la cabeza del fallecido, la campana estaba conectada a una cuerda accesible a la mano de la persona dentro del ataúd y así podría dar aviso de que seguía con vida con el sonido de la campana. Fue un aparato muy vendido en la época. El Sr. Bateson, a pesar del éxito de su invento, cultivó una gran obsesión por ser enterrado vivo y su preocupación creció tanto que en 1886 cometió suicidio incendiándose a sí mismo, para asegurarse de no sufrir lo mismo que sus clientes. Se dice que la frase “salvado por la campana”, proviene de esta historia.

 

Dos siglos más tarde, en 1968 se publicó el artículo titulado: Una definición de coma irreversible, que describió la llamada muerte cerebral, escrito por Comité de Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard que estaba constituido por 10 médicos, un abogado, un teólogo y un historiador. Este descubrimiento sería un adelanto notable para la ciencia, porque fue el origen de grandes disertaciones, revisiones y modificaciones que llevaron a los conceptos médicos utilizados hoy en la gran mayoría de los países.

 

Hasta entonces se consideraba que una persona moría si dejaba de respirar o cuando dejaba de tener pulso. La muerte cerebral cuyo término correcto en español es muerte encefálica porque debe incluir además del cerebro, el tronco encefálico, para determinar que una persona ha fallecido. Es un hecho único al que se llega por cese de la función cerebral en forma completa e irreversible. Este conocimiento médico, tiene como unos de sus propósitos evitar los entierros prematuros.

 

Un paciente grave que ingresa a la sala de terapia intensiva con la pérdida de conciencia, se le entuba para mantener una respiración artificial, con lo que se le permite que haya circulación y oxigenación de los tejidos. Si después de un tiempo se comprueba que sin la asistencia médica el cerebro muere al no recibir sangre ni oxígeno y que las funciones del corazón y pulmones también cesan si se desconecta el respirador, lo más probable es que se declare su muerte. Las leyes muchos países del mundo exigen que la muerte encefálica, sea diagnosticada hasta por tres médicos.

 

Es una manera de morir aceptada desde el punto de vista médico, ético y legal. Los criterios para declararla son muy estrictos y además abren otras oportunidades de vida, por ejemplo, la donación de órganos y tejidos, la cual solo es aceptada si se declara la muerte encefálica del donador.

 

Sabemos que todos los miedos humanos son legítimos y debemos analizarlos para que no sean en origen de un padecimiento de la salud mental que requiera atención. Hoy en día el terror de ser enterrados en vida es menor y ha aumentado el pánico de vivir en un cuerpo enfermo sin la calidad de vida que merecemos.

 

Aprovechemos las oportunidades con las que contamos en estos tiempos, el acceso a la información, los buenos hábitos de salud y la previsión funeraria como un legado para nuestros seres amados que sería una gran forma de cerrar el ciclo de nuestra vida. La búsqueda de la felicidad es el mejor antídoto contra el miedo. En Memorial San Ángel, estamos contigo hasta el final.

 


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