Festival Obon: Una tradición para recibir a los seres queridos fallecidos

6 de agosto de 2025
Linternas de papel iluminadas flotando al atardecer durante el ritual Toro Nagashi del Festival Obon, reflejadas sobre la superficie tranquila del agua.

Envato.com

“Todos los que seguimos vivos en este Obon somos simplemente los sobrevivientes de nuestro año fiscal.”

Eiji Yoshikawa


Cada verano, entre el 13 y el 16 de agosto, millones de familias japonesas encienden faroles, asean lápidas y bailan al ritmo del Bon Odori para reencontrarse simbólicamente con sus antepasados. El Festival Obon —también llamado simplemente Bon— entrelaza enseñanzas budistas, prácticas agrícolas ancestrales y un profundo respeto por la memoria familiar. Lejos de ser una costumbre estática, Obon evoluciona gracias a la diáspora japonesa y al turismo internacional, manteniendo viva la relación entre vivos y muertos desde hace más de mil quinientos años.

Origen histórico

El relato fundacional aparece en el Urabon-kyō (Sutra Ullambana). En él, el discípulo Mokuren descubre que su madre sufre en el Reino de los Espíritus Hambrientos y, siguiendo el consejo de Buda, ofrece comida a los monjes el día 15 del séptimo mes lunar; este acto libera a su madre y provoca la danza de júbilo que inspirará el Bon Odori. 


Durante el siglo VII, la emperatriz Suiko adopta la ceremonia llamada 盂蘭盆会 (Urabonkai) e integra sus ofrendas al calendario agrícola de la corte. Ya en la era Meiji (1868-1912), la modernización del país transfiere la festividad del calendario lunar al 15 de agosto; no obstante, algunas prefecturas —entre ellas Tokio— prefieren el 15 de julio (Shichigatsu Bon), y Okinawa mantiene la conmemoración en septiembre (Kyu Bon). 


Así, la historia de Obon manifiesta la flexibilidad de las tradiciones japonesas para adaptarse a distintos contextos sin sacrificar su esencia espiritual.

Significado espiritual y simbología

Obon representa el momento del año en que el velo entre el mundo terrenal y el espiritual se vuelve permeable. Las familias no solo rinden homenaje a sus difuntos: reafirman la virtud budista de la gratitud filial (oyakōkō) y reconocen la interdependencia entre generaciones. 


Los rituales de luz desempeñan un papel esencial. Fuegos de mukae-bi, encendidos frente a las casas o en las tumbas la tarde del 13 de agosto, trazan un sendero luminoso que guía a los espíritus hacia su antiguo hogar. 


Al concluir la festividad, las llamas de okuri-bi y las linternas flotantes conocidas como Toro Nagashi marcan el camino de regreso al más allá, subrayando la impermanencia y la naturaleza cíclica de la existencia.

Calendario tradicional de cuatro días 

El ciclo conmemorativo arranca el 13 de agosto, jornada llamada Mukae-Bon. Ese día, los habitantes limpian lápidas, disponen flores frescas y cuelgan faroles para que las almas localicen su casa sin extraviarse. 


Los 14 y 15 de agosto se conocen colectivamente como Hōyō. Durante ese lapso, el altar familiar se colma de arroz blanco, té verde, melocotones, uvas y sandías, junto con figuras de pepino y berenjena atravesadas por palillos o finos palitos de bambú. El pepino alargado simboliza un caballo veloz que asegura una llegada pronta; la berenjena, más maciza, representa la vaca que conducirá a los espíritus de forma pausada al concluir su visita. 


La noche del 16 de agosto cierra el ciclo con el Okuri-Bon: los faroles se extinguen, se sueltan linternas sobre ríos y bahías, o se encienden gigantescas hogueras de despedida en las montañas, proclamando que el tiempo sagrado ha terminado.


Rituales emblemáticos

Bon Odori

La danza comunitaria que surgió de la historia de Mokuren se practica hoy en casi todo el archipiélago con variaciones regionales. Se ejecuta alrededor de una torre de tambores llamada yagura. Participar no exige experiencia: basta unirse al giro antihorario mientras se elevan las manos imitando tareas agrícolas.


En algunos pueblos el baile dura apenas una hora, pero en Gujo Hachiman (Gifu) se prolonga treinta y una noches, con cuatro veladas en las que la música no se detiene hasta el amanecer. El círculo danzante anula jerarquías sociales y brinda a los espíritus una bienvenida cargada de júbilo.


Toro Nagashi

De norte a sur, las comunidades fabrican pequeñas balsas de madera o corcho con velas y nombres caligrafiados. Al soltarlas en ríos o en el mar, se confía en que el flujo de agua purifique las impurezas kármicas y transporte los recuerdos familiares hacia la vastedad oceánica. El manto de luces flotantes, alejándose mar adentro, provoca una sensación de calma reverente que ha inspirado ceremonias similares en otros países para honrar a los difuntos.


Gozan no Okuribi

En Kioto, cinco colinas se convierten en lienzos ardientes la noche del 16 de agosto. Equipos de bomberos voluntarios prenden antorchas que delinean caracteres gigantes —dos veces el kanji 大 (dai, “gran”), la silueta de un barco, una puerta torii y el nombre de Buda— visibles a kilómetros. Para muchos lugareños, estos fuegos confirman la despedida colectiva de los espíritus y recuerdan la fragilidad del entorno natural que protege la ciudad.


Shōryō Uma

Las miniaturas vegetales de pepino-caballo y berenjena-vaca probablemente derivan de costumbres animistas previas al budismo. Actúan como vehículos simbólicos: el caballo procura una llegada rauda, la vaca facilita un regreso apacible. Al término de Obon, las figuras se desmontan o se entierran, devolviendo los nutrientes a la tierra y completando el ciclo vital.

Variantes regionales

En Tokushima, el Awa Odori es quizá la versión más célebre del festival. Cada agosto, cuadrillas de bailarines llamados ren recorren las calles con pasos agachados, muñecas dobladas y exclamaciones de “¡Yatto-sa!”. La amalgama de tambores taiko, flautas shinobue y tímbricas del shamisen atrae cada año a más de un millón de visitantes.


Más al norte, en la prefectura de Gifu, el Gujo Odori se distingue por su carácter inclusivo. Del 13 de julio al 7 de septiembre, la villa organiza treinta y un encuentros nocturnos, y durante cuatro de esas noches el baile no cesa de las ocho de la tarde a las cinco de la mañana. 


En Toyama, el Owara Kaze-no-Bon se celebra del 1 al 3 de septiembre. Protegidos con sombreros de paja, los participantes ejecutan pasos pausados que invocan la calma de los vientos otoñales para preservar las cosechas de arroz.


Por su parte, Kioto culmina la festividad con el Gozan no Okuribi, cuyo simbolismo monumental lo ha coronado como uno de los rituales de fuego más emblemáticos de todo Japón.

Obon en la diáspora

La migración japonesa ha multiplicado las expresiones de Obon en el mundo. En São Paulo, Brasil —hogar de la comunidad nikkei más grande fuera de Japón—, los templos del barrio Liberdade fusionan Bon Odori con samba y ofrecen puestos donde el yakisoba convive con la feijoada. 


En Hawái y California, los templos budistas convierten sus patios en bazares con origami, mochitsuki y exhibiciones de taiko, abiertos tanto a descendientes japoneses como a turistas. 


En Filipinas, Perú y Argentina, las asociaciones nikkei recrean las linternas flotantes y lecturas de sutras, manteniendo viva la identidad de cuarta y quinta generación, que quizá ya no domina el idioma japonés pero conserva el anhelo de honrar a sus ancestros.

Impacto sociocultural contemporáneo

El atractivo turístico de Obon genera un dilema. Por un lado, dinamiza economías locales: incrementa la ocupación hotelera, potencia la venta de artesanías y crea empleos temporales. 


Por otro, la afluencia masiva puede amenazar la solemnidad del rito y la sostenibilidad de entornos sensibles. Para mitigar daños, municipios como Kioto han implementado tasas ecológicas destinadas a reforestar colinas tras el Gozan no Okuribi.


Varias prefecturas han limitado el uso de drones, impuesto horarios de silencio y promovido programas de turismo regenerativo que incluyen limpiezas comunitarias de ríos durante el Toro Nagashi. Tales medidas buscan equilibrar la vitalidad económica con la preservación del sentido espiritual.

Guía práctica para participar con respeto

Si planeas vivir Obon en Japón, comienza revisando el calendario local: en Tokio ocurre en julio, mientras que en Kioto, Nagoya o Sapporo se mantiene en agosto. Viste un yukata de algodón —fresco, transpirable y biodegradable— y evita telas sintéticas difíciles de reciclar. 


Antes de lanzarte a bailar, observa al menos una ronda completa; así no interrumpirás el flujo circular ni romperás la atmósfera meditativa. Lleva monedas para donar: las linternas, los tambores y la limpieza de los espacios se financian entre vecinos. 


Finalmente, pide permiso antes de fotografiar altares domésticos y guarda silencio cuando suene el gong que anuncia una oración: muchos hogares viven Obon como un momento íntimo de duelo.


El Festival Obon trasciende el folclore estival: es un puente emocional que conecta generaciones, reafirma valores de gratitud y mantiene vivo el diálogo entre la vida y la muerte. Ya sea bajo los kanji en llamas de Kioto, entre las luces flotantes de un río rural o en una plaza de la diáspora en São Paulo, el mensaje permanece: honrar el legado de quienes partieron nos ayuda a valorar más el presente. En Memorial San Ángel estamos contigo hasta el final.

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